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Religiosos dignifican al migrante a través de la formación

Scalabrinianos, Hermanas de la Divina Voluntad y Adoratrices integran un "Hub" en el que forman a migrantes para que se inserten en el mercado laboral. Ofrecen formación para el trabajo y contactos para que se empleen o lleven adelante un emprendimiento.
 

Mujeres reciben su certificado de formación.


El desarraigo, el sentirse expulsado de su tierra pasó a ser para muchas personas en el mundo una humillación, transformarse en un paria.


El flagelo de las migraciones es una “pandemia normalizada” desde hace décadas: millones de personas dejan sus hogares —su historia— víctimas de las guerras, regímenes políticos o catástrofes económicas.


En Sudamérica durante mucho tiempo el fenómeno se dio de ciudadanos peruanos, paraguayos y bolivianos hacía Argentina; mientras que en los últimos años los movimientos migratorios en esta región del continente van de Venezuela a Colombia: desde 2017 casi 7 millones de venezolanos se sintieron urgidos a dejar sus hogares ante el decadente escenario social, político y económico de su país.




DIGNIFICAR AL MIGRANTE

Enzor Figuera dejó su amada Venezuela e ingresó de manera ilegal a Colombia donde desde hace seis años prueba suerte tratando de tener una continuidad laboral. Lo emplearon sin papeles en unas minas de carbón donde durante tres años soportó un ritmo de 15 días de trabajo por dos de descanso. Sobrevivió a un derrumbe que lo dejó atrapado y que le dañó de tal manera su mano izquierda, que perdió movilidad y, de paso, su empleo.


Se trasladó a Cúcuta con su mujer y sus cuatro hijos y los últimos tres años los paso en la calle vendiendo caramelos, recolectando material de reciclaje de la basura o mendigando. Lo reconoce con dolor profundo, el mismo que sintió cuando hace un mes lo echaron de la casa donde vivía con su familia por no poder pagar.


Fue en ese momento que se enteró del nuevo Centro de Atención Integral al Migrante (CIAMI) que la comunidad de los religiosos scalabrinianos —que mañana están de fiesta por la canonización de su fundador, Juan Bautista Scalabrini— abrió en Villa del Rosario, junto a Cúcuta. Es un moderno complejo de edificios que alberga familias, les da apoyo psicosocial, jurídico y alimentación, pero también los invita a permanecer durante tres meses para que los adultos reciban una formación técnica que les permita iniciar su propio negocio o encontrar un trabajo.


Mujeres que pasaron por los centros de formación scalabrinianos.


PROMOVER EL PROGRESO

Uno de los principales retos a los que se enfrentan los migrantes no es solamente la regularización de la residencia —en caso que ingresen de manera ilegal— sino conseguir alguna actividad que les permita vivir dignamente.


A esta situación los venezolanos no están exentos, y se suma que en los últimos dos años el flujo de migración que se produjo comprende principalmente personas de sectores rurales y con poca formación para el trabajo en ciudad.


Esa realidad es considerada por Global Solidarity Fund (GSF), una organización filantrópica presente en diversos países del mundo, y que está impulsando en Colombia un “Hub para la innovación social”.


Tras haber identificado que las congregaciones religiosas son de las organizaciones más eficientes al momento de dar un apoyo las personas migrantes, el GSF las está ayudando a coordinarse mejor entre ellas, ya que los objetivos de sus misiones particulares se cumplen con mayor eficacia cuando trabajan de modo corporativo.

 
 

Es lo que experimentaron las comunidades femeninas como las Religiosas Adoratrices y las Hermanas de la Divina Voluntad que se coordinaron y ya ven los frutos. En Bogotá, la capital de Colombia, se abocan según sus carismas a la promoción integral de las mujeres, prestando auxilio de modo particular a quienes sufren explotación sexual dada su condición de vulnerabilidad. Junto con un contundente apoyo psicológico y social, les ofrecen capacitación en áreas como corte y confección, manicure y pedicure.


Encontrar trabajo o arriesgarse con un emprendimiento es siempre un desafío, y esa es la segunda etapa a la que mira el “Hub para la innovación social” del Global Solidarity Fund. “El objetivo es el de crear un nuevo sistema, soluciones innovadoras que unan las habilidades, las capacidades y la confianza que los migrantes tienen en las congregaciones religiosas con la innovación, la capacidad de las empresas de crear trabajo y mercado”, detalla Marta Guglielmetti, directora ejecutiva del GSF.


Por eso, para lograr que los migrantes sean autónomos y puedan vivir de modo estable y con tranquilidad, ahora el GSF está tendiendo lazos entre las congregaciones religiosas y empresas de distinto tipo que puedan dar empleo a quienes ya poseen una buena formación.

 
 

Al mismo tiempo, están apoyando las acciones que faciliten la inserción en el mercado de quienes opten por establecer sus propios negocios. Este modo de trabajo colaborativo que apunta a la autonomía permitiría romper con el vicio del asistencialismo con que muchas agencias de cooperación internacional anulan las capacidades de las personas.



FORMAR PARA SUPERARSE

Siguiendo los paso de su fundador, las religiosas scalabrinianas administran en Bogotá un centro de acogida y formación de migrantes donde, con la colaboración de Global Solidarity Fund y en conjunto con un equipo de expertos, coordinan programas de formación en atención estética, repostería y también habilidades como contabilidad y planes estratégicos, de modo que cada cual pueda decidir si emplearse o iniciar su propio negocio.

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