En un Paraguay eufórico por los resultados deportivos, Gustavo Alfaro fue encumbrado como modelo de liderazgo y motivación, incluso en el ámbito educativo. Sin embargo, el exitismo exacerbado que lo rodea plantea interrogantes sobre sus consecuencias sociales, morales y espirituales.
Gustavo Alfaro, dirigió su primer partido con Paraguay frente a Uruguay.
El reciente desempeño de la selección paraguaya de fútbol, bajo la dirección de Gustavo Alfaro, generó una ola de entusiasmo en todo el país. Después de tres mundiales sin clasificación, Paraguay se encuentra nuevamente en zona que lo encamina al 2026 tras seis partidos invictos. En esta atmósfera de euforia, el Gobierno convocó al técnico argentino para impartir una conferencia sobre liderazgo y motivación a docentes y directores educativos. Pero, ¿es esta decisión una respuesta razonable o simplemente otra muestra de un exitismo desmedido?
El exitismo como trampa social
El exitismo, definido como la glorificación desproporcionada del éxito, es un fenómeno que puede resultar tan peligroso como adictivo. En el caso de Alfaro, su éxito deportivo lo transformó en una figura casi mesiánica, un ejemplo a seguir no solo en el deporte, sino también en la educación y otros ámbitos.
Sin embargo, esta sobrevaloración plantea un problema: al elevar a figuras públicas a la categoría de héroes o salvadores, corremos el riesgo de desplazar a profesionales que dedicaron años a formarse y trabajar en el ámbito educativo.
El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’, nos recuerda que "todo está conectado", y que el auténtico liderazgo se construye sobre la base de la humildad y el servicio. El exitismo, en cambio, fomenta una visión efímera y superficial del éxito, apartándonos de estos valores fundamentales.
Santos frente al exitismo
La historia de la Iglesia nos ofrece numerosos ejemplos de figuras que rechazaron el exitismo y abrazaron la humildad. San Francisco de Asís, por ejemplo, se negó a ser glorificado como líder y vivió en profunda sencillez, recordándonos que el verdadero valor no está en el reconocimiento externo, sino en el servicio a los demás.
San Agustín, por su parte, advertía en sus escritos sobre los peligros de la soberbia y la búsqueda del aplauso: "No busques la gloria de los hombres, sino la verdad de Dios".
Estos santos nos invitan a reflexionar: ¿qué tipo de liderazgo queremos para nuestra sociedad? ¿Uno basado en éxitos temporales y exaltación pública, o uno cimentado en valores duraderos como la justicia, la solidaridad y la fe?
La educación, víctima del populismo
La decisión del Gobierno de utilizar la figura de Alfaro para liderar una conferencia educativa pone de manifiesto cómo el populismo puede infiltrarse incluso en áreas tan fundamentales como la educación. Mientras tanto, docentes y académicos, quienes dedicaron sus vidas a formar generaciones, son relegados a un segundo plano.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda en el número 2425 que "la iniciativa económica y el trabajo humano deben orientarse hacia el bien común". En este caso, ¿no sería más apropiado canalizar recursos y atención hacia los educadores, quienes realmente tienen el poder de transformar la sociedad desde las aulas?
El exitismo, por definición, es temporal. Los mismos ídolos que hoy son ensalzados, mañana pueden ser descartados si no cumplen con las expectativas. En este sentido, el riesgo de convertir a Alfaro en un "emperador" del Paraguay no solo es injusto para los verdaderos expertos en educación, sino también para el propio entrenador, quien podría enfrentar una caída abrupta si los resultados no se mantienen.
Trabajo silencioso
Es innegable que Gustavo Alfaro logró resultados impresionantes en el ámbito deportivo. Pero no debemos olvidar que el verdadero progreso de una nación no se mide solo en victorias, sino en la capacidad de construir una sociedad justa y equitativa.
El exitismo, al enfocar toda nuestra atención en logros inmediatos, nos distrae de este objetivo y nos aleja de los valores cristianos que deberían guiar nuestra vida en comunidad.
Como sociedad, estamos llamados a reconocer y valorar los esfuerzos de aquellos que, día tras día, trabajan silenciosamente por el bien común, sin esperar aplausos ni reconocimientos. Solo así podremos construir un Paraguay verdaderamente fuerte y unido, no solo en el fútbol, sino en todos los aspectos de la vida.
El fenómeno Gustavo Alfaro es una oportunidad para reflexionar sobre nuestros valores como sociedad. En lugar de dejarnos llevar por la marea del exitismo, deberíamos preguntarnos qué tipo de liderazgo necesitamos realmente y cómo podemos construir un futuro más justo y solidario. Porque, como nos enseña el Evangelio, "los primeros serán los últimos, y los últimos, los primeros" (Mateo 20:16).
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