Francisco, el Papa de los Últimos: El Que Nos Enseñó a Amar Como Jesús
- jmarinangeli
- hace 12 minutos
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Lo llamaron populista. Lo acusaron de ingenuo. Lo ridiculizaron por hablar de los pobres, de la periferia y del amor de Dios. Pero nunca respondió con odio. Francisco, el Papa de los descartados, nos enseñó que la fe no se defiende con argumentos... sino con abrazos.

Cuando se escriba la historia de este tiempo, muchos intentarán explicar a Jorge Mario Bergoglio con categorías políticas, ideológicas o culturales. Pero ninguna etiqueta alcanzará para describir lo que verdaderamente fue: un hombre de Dios. Un padre espiritual que caminó con los pies descalzos del alma, en medio del barro del mundo, sin coraza, sin privilegios, sin miedo.
Francisco no fue solo el Papa número 266. Fue el primer latinoamericano. El primero jesuita. El primero con el nombre del "pobrecito" de Asís. Y el primero que eligió desarmar la pompa para habitar la ternura.
LA MISERICORDIA COMO BANDERA
Francisco no dejó de incomodar. A veces a los poderosos. Otras, a los fariseos de turno. No fue un Papa cómodo. Fue un pastor. Y como tal, a menudo tuvo que dejar las 99 para ir en busca de la oveja perdida, incluso cuando eso provocaba los murmullos de quienes nunca abandonan el rebaño, pero tampoco se ensucian los pies.
Francisco no fue el Papa perfecto. Fue el Papa herido. El que no ocultó sus luchas internas. El que se mostró frágil. El que lloró por la guerra. El que envejeció amando.
Desde la plaza de San Pedro hasta las cárceles, desde los hospitales hasta las favelas, su mensaje fue el mismo: “Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”.
Con esa frase, repitió una y otra vez que la misericordia no es un permiso para pecar, sino una puerta siempre abierta para volver a empezar. Esa fue su reforma: no estructural, sino evangélica.
Los que esperaban un Papa gerente, se toparon con un testigo. Los que buscaban un Pontífice político, encontraron un profeta. Y los que pedían condenas públicas y castigos ejemplares, recibieron gestos inesperados de ternura.
EL DOLOR DE NO VOLVER
La Argentina siempre estuvo en su corazón, aunque nunca en su agenda de viajes. Las razones fueron múltiples: internas, diplomáticas, eclesiales. Pero más allá de los análisis, lo cierto es que Francisco cargó con el dolor de no volver a abrazar a su pueblo como Papa. Nunca lo dijo en voz alta, pero su silencio fue elocuente. “Argentina es mi patria, no mi destino”, confesó una vez. Y quizás, al no regresar, evitó una grieta más. Su vida, en cambio, fue una constante entrega a la unidad.
Se volvió la voz de los sin voz. De los descartados. De los que nadie quiere. De los que no tienen quien los defienda. Por eso incomodó tanto: porque predicó desde el Evangelio, no desde la comodidad del poder.
En América Latina sí dejó su huella: en México, con aquel estremecedor “no más muertes ni explotación”, frente al muro de la frontera. En Brasil, con la inolvidable Jornada Mundial de la Juventud en Río. En Paraguay, con su visita a Bañado Norte, donde dijo: “Los pobres tienen mucho que enseñarnos”. En cada rincón, fue embajador de un cristianismo con rostro humano.
EL ESCÁNDALO DE LA TERNURA
Francisco abrazó a enfermos desahuciados, besó a niños con malformaciones, lavó los pies a presos y refugiados, rompió los protocolos para sentarse con los últimos. Muchos no supieron qué hacer con eso. Era más fácil debatir sobre su tono o sus frases, que hacerse cargo del Evangelio incómodo que encarnaba. El suyo fue el escándalo de la ternura.
No se trata de idealizarlo. Francisco cometió errores. Tuvo gestos que desconcertaron. Fue ambiguo a veces. Pero incluso sus dudas, sus silencios, sus tropiezos… lo humanizaron. Porque él nunca pretendió ser otra cosa que un hijo de la Iglesia que reza, se levanta, y sigue caminando.
Y en ese caminar, se volvió la voz de los sin voz. De los descartados. De los que nadie quiere. De los que no tienen quien los defienda. Por eso incomodó tanto: porque predicó desde el Evangelio, no desde la comodidad del poder.
EL PASTOR QUE QUISO SANAR A LA IGLESIA DESDE ADENTRO
Muchos lo subestimaron. Pensaron que aquel Papa latinoamericano de rostro cansado y voz suave sería una figura de transición. Pero Francisco tenía fuego en el corazón y claridad en la misión. Su pontificado no se limitó a discursos: fue una reforma viva, profunda, muchas veces silenciosa… pero firme como una cruz tallada con paciencia.
📌 1. Reformó la Curia Vaticana Limpió, reorganizó y simplificó los organismos del Vaticano. Con la nueva constitución apostólica Praedicate Evangelium, descentralizó el poder, promovió la transparencia y creó estructuras más misioneras y menos burocráticas. No fue solo cambio de nombres: fue una cirugía en la estructura de la Iglesia.
📌 2. Lucha sin tregua contra los abusos No miró para otro lado. Lloró con las víctimas. Escuchó sus historias. Y actuó. Expulsó a obispos, reformó protocolos, y ordenó que toda denuncia fuese tratada con rigor. El documento Vos estis lux mundi fue un antes y un después: por primera vez, los obispos podían ser investigados por encubrir delitos.
📌 3. Transparencia económica Francisco abrió las ventanas del Vaticano al control financiero. Nombró laicos expertos, auditó cuentas ocultas, cerró negocios turbios. La frase fue suya: “No quiero una Iglesia rica para sí misma, sino una Iglesia pobre para los pobres”.
📌 4. Protagonismo de las mujeres Permitió que las mujeres accedan a cargos antes reservados a clérigos. Les dio voz en sínodos, nombró mujeres en organismos clave y pidió “una teología femenina que no sea clericalizada”.
📌 5. Cercanía sin protocolo Visitó cárceles, lavó los pies a musulmanes y mujeres, fue a los hospitales más abandonados, comió con pobres y pidió que los obispos tengan “olor a oveja”. En tiempos de muros, él hizo puentes. En lugar de tronos, eligió las sillas de los últimos.
📌 6. Escucha sin condena Abrió debates sobre temas delicados: el rol de los divorciados, los homosexuales, los migrantes, el medioambiente. No impuso respuestas, pero dejó en claro que la misericordia debe tener siempre la última palabra. Para muchos fue revolucionario. Para él, fue simplemente seguir el Evangelio.
📌 7. El Papa que caminó solo En plena pandemia, su imagen solo, bajo la lluvia en plaza San Pedro, dio la vuelta al mundo. Sin multitudes, sin aplausos. Solo Dios, él, y el dolor del mundo. Ese día, su papado quedó grabado en el corazón de la humanidad.
EL PAPA DE LA ESCUCHA
Francisco nunca fue dueño de la verdad, pero fue un sembrador de diálogo. En un mundo ensordecido por los gritos, él eligió escuchar. A los jóvenes, a los ancianos, a los pueblos originarios, a las víctimas de abusos, a los pueblos heridos por la violencia. Escuchó, incluso, a los que lo insultaban. Y respondió con silencio.
El suyo fue un pontificado de puertas abiertas. Convocó a sínodos, impulsó reformas, propuso debates. No impuso, sino que propuso. Y eso, en tiempos de intransigencias, fue revolucionario. Como Jesús con los discípulos de Emaús, Francisco se puso a caminar con la humanidad sin imponerle el rumbo, sino explicándole las Escrituras al ritmo de su dolor.
UN TESTAMENTO SIN PALABRAS
No necesitó escribir su testamento. Lo dejó grabado en sus gestos. En su sillón blanco sin oro. En su anillo de plata. En su departamento sin lujos. En su rosario apretado. En su prédica sobre la alegría. En sus lágrimas silenciosas durante la guerra. En su soledad durante la pandemia.
Hoy, apenas un día después de la Pascua, cuando el Camarlengo anunció que Francisco “regresó a la Casa del Padre”, el mundo quedó en silencio. No solo porque murió un Papa. Sino porque se apagó una voz que nos empujaba a mirar al que sufre.
Pero su legado no murió. Porque Francisco no buscó dejar estatutos, sino dejar discípulos. No quiso fundar una escuela, sino vivir el Evangelio. Y por eso sigue vivo. En cada corazón tocado por su ternura. En cada conciencia despertada por sus palabras. En cada alma que se animó a abrazar a los descartados por su ejemplo.
FRANCISCO, EL PAPA DE LA HERIDA
Francisco no fue el Papa perfecto. Fue el Papa herido. El que no ocultó sus luchas internas. El que se mostró frágil. El que lloró por la guerra. El que envejeció amando. El que caminó con dificultad, pero nunca dejó de caminar. El que se animó a ser cristiano en serio.
Y eso, en estos tiempos, ya es un milagro.
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