El Sacerdote que Murió Contagiado por Amor
- Canal Vida
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La desgarradora historia de san Damián de Molokai, el hombre que abrazó la lepra para no dejar solos a los condenados del mundo

Joseph de Veuster nació en 1840 en Tremelo, Bélgica. Era un joven fuerte, sano, trabajador. Nunca pensó en ser sacerdote. Pero su hermano, que ya era religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones, enfermó. Joseph lo reemplazó. Aprendió latín rezando de rodillas en el campo. A los 23 años, ya era el hermano Damián.
"La lepra le robó el cuerpo, pero no el alma."
En 1864 fue enviado a la misión de Hawai. Cruzó el océano con una Biblia, una cruz y una energía sobrehumana. No sabía que allí le esperaba una isla maldita.

MOLOKAI: EL INFIERNO EN LA TIERRA
A fines del siglo XIX, la lepra se extendía como una maldición por las islas del Pacífico. En 1865, el gobierno de Hawai decidió deportar a todos los enfermos a un lugar remoto: la isla de Molokai. Ahí eran abandonados a su suerte. Sin médicos. Sin sacerdotes. Sin esperanza.
Los barcos dejaban a los leprosos y se iban. Nadie se quedaba. Hasta que Damián levantó la mano.

EL HOMBRE QUE TOCABA LO QUE OTROS HUÍAN
Tenía 33 años cuando llegó a la isla. Se bajó del barco, miró a los leprosos en los ojos y les dijo: "Vine para quedarme".
Construyó capillas, escuelas, ataúdez. Les enseñó a rezar, a cantar, a trabajar. Tocaba las llagas con sus propias manos. Dormía entre ellos. Compartía el pan y el mate cocido. No tenía guantes ni miedo.
Mientras el mundo los olvidaba, Damián los abrazaba.

CONTAGIO, CONDENA, GLORIA
Un día, mientras se lavaba los pies, no sintió el agua caliente. Sabía lo que eso significaba.
"Nosotros, los leprosos", comenzó a decir desde el púlpito.
No huyó. Siguió predicando, sirviendo, construyendo. La enfermedad lo deformó. Pero nunca perdió la sonrisa. La lepra le robó el cuerpo, pero no el alma.
Murió el 15 de abril de 1889, solo en una choza de madera. Tenía 49 años. Enterrado entre los suyos.
LA IGLESIA QUE DUDÓ, EL PUEBLO QUE LO CANONIZÓ
Al principio, la Iglesia fue cautelosa. Algunos lo llamaban imprudente, fanático. Pero el pueblo no dudaba: para ellos era un "santo".
Robert Louis Stevenson, el autor de "La isla del tesoro", escribió una carta furiosa defendiendo su honor. Hasta los protestantes lo veneraban.
Fue beatificado en 1995 por Juan Pablo II. Y canonizado en 2009 por Benedicto XVI.
Hoy es patrono de los enfermos de lepra, VIH y marginados del mundo.

EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LA LEPRA EN HAWAI
En el siglo XIX, Hawái experimentó una epidemia de lepra (hoy llamada enfermedad de Hansen), introducida por navegantes y comerciantes occidentales.
La falta de inmunidad de la población nativa provocó un colapso sanitario y social.
En 1865 se aprobó la ley de aislamiento, y la colonia de Kalaupapa se convirtió en una prisión al aire libre para los enfermos.
Durante más de 100 años, miles fueron confinados allí: hombres, mujeres y niños separados de sus familias.
Aun cuando la medicina avanzó, el estigma social continuó. La colonia se cerró oficialmente recién en 1969.
La historia de Molokai no es solo una página oscura: es un espejo de lo que ocurre cuando el miedo supera al amor. Y también el escenario donde brilló una de las santidades más radicales de todos los tiempos.

EL SANTO QUE SIGUE EN PIE ENTRE LOS OLVIDADOS
Su cuerpo fue llevado a Bélgica. Pero una mano fue devuelta a Molokai. Para que el pueblo tuviera algo que tocar, que besar, que rezar.
En tiempos donde los enfermos son descartados, donde el contacto asusta y el dolor se evita, san Damián es un recordatorio brutal: “No hay lepra más grande que el abandono”.
⚡ Datos para conmover:
Más de 8.000 leprosos fueron abandonados en Molokai.
Damián construyó casas, ataúdes, escuelas, pozos de agua y capillas.
Se confesaba gritando desde el barco a otro sacerdote en el mar.
Cuando murió, los enfermos lo lloraron con dolor de perder a quien los amó sin discriminar.
HOY MÁS QUE NUNCA
La historia de san Damián de Molokai no es pasado. Es futuro.
En un mundo que vuelve a aislar a los vulnerables, su vida es una denuncia viviente y un llamado urgente: Donde esté el dolor, allí debe estar la Iglesia. Y con ella, el amor que toca y no teme contagiarse.
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