El obispo que escribía al diablo
- Canal Vida
- 8 abr
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En un siglo de caos y herejías, un obispo se alzó con tinta y fuego contra el mismísimo infierno. San Dionisio de Corinto escribió tanto que hasta el diablo tembló. En cada carta, una batalla; en cada palabra, una espada. Esta es la historia del obispo que escribía como si tuviera al demonio en la mira… ¡y lo tenía!

Corría el siglo II, un tiempo turbulento para la Iglesia naciente. Las persecuciones del Imperio Romano eran implacables, y las herejías brotaban como maleza en el campo de la fe. En medio de este caos, desde la ciudad de Corinto se alzó una voz que retumbó en todo el mundo cristiano: la de san Dionisio, obispo, teólogo, y para muchos, un verdadero guerrero de la pluma divina.
—“Si la espada calla, que hable la tinta”—, pareciera haber dicho. Y habló. Escribió sin cesar. No uno ni diez, sino decenas de cartas dirigidas a todas las iglesias del mundo conocido.
Era tal su producción epistolar que algunos contemporáneos, asombrados, creían que no podía ser humano. Otros, más suspicaces, lo acusaban de hechicería o herejía. Lo cierto es que Dionisio escribía tanto, que hasta el diablo tomó nota.

Una red de fuego celestial
Desde su sede en Corinto, este obispo de mirada aguda y pluma afilada enviaba cartas a Roma, Atenas, Nicomedia, Amacia, Gortina, Cesarea y muchas más. No eran misivas diplomáticas: eran bombas teológicas. Defendía la doctrina católica, llamaba al arrepentimiento, denunciaba errores y, sobre todo, clamaba por la unidad del cuerpo de Cristo.
Cada carta suya era esperada con ansiedad en las comunidades cristianas, que se sentían sostenidas y animadas por la valentía del obispo. Y al mismo tiempo, temida por los herejes, que comenzaron a falsificar sus escritos para confundir al pueblo fiel. “Dionisio escribe, y el infierno tiembla”, se decía entre los feligreses.
Acusado de escribir demasiado
Eusebio de Cesarea, uno de los grandes historiadores de la Iglesia, relató con sorpresa que san Dionisio fue criticado por escribir demasiado. En una época donde la comunicación era lenta y peligrosa, él se adelantó a su tiempo creando una verdadera red apostólica epistolar, un anticipo de lo que siglos después sería la diplomacia eclesial.
Pero no todos estaban felices con su accionar. Algunos lo acusaron de sembrar confusión, otros de escribir con arrogancia, y hubo quienes hasta dijeron que sus cartas eran una forma de brujería. La envidia y el miedo hacían su trabajo.

El obispo que corregía a todos
Lo que más dolía a sus detractores era que Dionisio no temía corregir a nadie. Ni siquiera a otros obispos. Si detectaba desviaciones doctrinales o litúrgicas, lo decía sin rodeos. A los tibios, los encendía. A los soberbios, los derribaba. Era la conciencia viva de la ortodoxia, en tiempos donde la confusión reinaba.
En sus escritos, defendía con firmeza la divinidad de Cristo, la necesidad de la penitencia, el papel de la Tradición apostólica y el respeto por el Obispo de Roma, lo que lo convirtió en un puente entre Oriente y Occidente. Un constructor de unidad que, sin blandura, llamaba a la conversión.
El que escribió contra el infierno
No es una exageración decir que san Dionisio escribía contra el infierno mismo. Sus textos buscaban rescatar almas del error, de la herejía y de la tibieza espiritual. Era consciente de que muchas almas podían salvarse si llegaban a leer una carta suya, si eran tocadas por la verdad. Por eso escribía sin descanso.
Y es aquí donde nace la expresión que da título a esta nota: “El obispo que escribía al diablo”. Porque cada letra suya era una espada contra el maligno. Su lucha no era con armas, sino con palabras ungidas.

Su legado en la historia
A pesar de que muchas de sus cartas se perdieron, su reputación como maestro de la verdad y defensor de la fe sobrevivió a los siglos. Eusebio conservó fragmentos de sus epístolas, que revelan un estilo directo, pastoral y profundamente espiritual. Sus exhortaciones no eran frías doctrinas, sino llamados encendidos al arrepentimiento, a la fidelidad y al amor por la Iglesia.
La figura de Dionisio fue tan impactante que su nombre resonó durante siglos en los círculos teológicos. Para muchos Padres de la Iglesia fue un referente de cómo un pastor puede iluminar al mundo incluso desde una ciudad lejana como Corinto.
Contra las falsas doctrinas y el olvido
Hoy, en pleno siglo XXI, su figura resurge como un faro para tiempos de confusión doctrinal. Cuando muchos buscan diluir la fe, cuando algunos creen que lo pastoral está reñido con la verdad, Dionisio nos recuerda que el amor sin verdad no salva, y que la verdad sin caridad no redime.
Fue un defensor incansable de la doctrina pura y de la comunión entre las iglesias. Su estilo combativo, pero profundamente espiritual, lo convierte en un santo necesario para esta época, donde la corrección fraterna fue reemplazada por la indiferencia cómplice.

Su huella en América
Aunque san Dionisio vivió en el siglo II, su ejemplo cruzó océanos y siglos. Hoy su memoria es especialmente valorada por teólogos, historiadores y evangelizadores del continente americano. En países como México, Colombia, Paraguay y Argentina, donde el catolicismo aún lucha por mantener su identidad frente a los desafíos de la modernidad, Dionisio es un modelo de pastor valiente que no teme decir la verdad aunque duela.
En muchas comunidades se lo invoca como protector de los comunicadores católicos, y sus cartas son fuente de inspiración para quienes trabajan en medios y en la catequesis, donde las palabras siguen teniendo poder.
El ejemplo que aún arde
San Dionisio murió en el 180 d.C. sin gloria humana, sin aplausos, sin monumentos. Pero dejó lo más poderoso: una llama encendida que aún ilumina. Su valentía, su amor por la verdad, su entrega total a Cristo, son hoy más necesarios que nunca.
Es el santo que nos grita desde la historia: “¡Hablen! ¡Escriban! ¡Den testimonio!”. Porque si el silencio es cómodo, la verdad es urgente.
Y si un obispo en Corinto, en medio de persecuciones, herejías y soledad, pudo cambiar la historia con tinta, ¿qué estamos esperando nosotros para escribir nuestra propia carta al mundo?
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