El Fraile que Renegó de Cristo… y Volvió para Morir por Él
- Canal Vida
- 10 abr
- 4 Min. de lectura
La historia estremecedora del beato Antonio Neyrot, el apóstata que regresó a la fe para abrazar la cruz: capturado por piratas, forzado a renunciar a Cristo, coronado mártir por amor. Esta es la vida del hombre que cayó… y volvió con gloria.

Antonio Neyrot nació en Italia, en Rivoli, cerca de Turín, hacia 1425. Fue inteligente, estudioso y profundamente religioso. Desde muy joven sintió el llamado de Dios, y se unió a la Orden de Predicadores, el mismo camino que había recorrido santo Tomás de Aquino.
Su formación fue ejemplar. Fue discípulo del famoso predicador san Antonino de Florencia. Se lo describía como un joven entusiasta, sediento de sabiduría, pero también inquieto y ambicioso. Deseaba predicar, misionar, viajar. No quería una vida cómoda. Quería entregarse por completo. Y lo logró. Pero no como imaginaba.

CAPTURADO POR PIRATAS
En uno de sus viajes misioneros por el Mediterráneo, Neyrot fue interceptado por piratas musulmanes y llevado prisionero a Túnez. Allí fue entregado al emir como esclavo cristiano, y comenzó una etapa de tortura física y psicológica.
En ese ambiente hostil, rodeado de amenazas constantes, hambre, humillación y aislamiento, su fe comenzó a tambalearse. Lo presionaban para apostatar. Día tras día, le ofrecían mejor trato si abandonaba su religión. Finalmente, Antonio cedió.

APOSTATÓ Y CAMBIÓ DE NOMBRE
Renunció públicamente a su fe cristiana y se convirtió al islam. Cambió su nombre, adoptó vestimenta musulmana, y fue premiado por el emir. Se convirtió en su secretario personal, fue agasajado con banquetes, libros, lujos, y se le prometió un matrimonio con una mujer local.
Muchos lo vieron como un traidor. Un Judas. Pero nadie sabía lo que ocurría en su interior.
Antonio estaba devastado. Aquel joven que había soñado con predicar a Cristo en tierras lejanas, ahora se miraba al espejo sin reconocerse. Había salvado su cuerpo… pero había perdido su alma.

UNA CARTA CAMBIÓ TODO
Desde Italia, sus hermanos dominicos lo daban por perdido. Pero uno de ellos, su viejo maestro san Antonino, no lo olvidó. Le escribió una carta breve, sencilla, pero cargada de gracia: "Hijo mío, no olvides que el amor de Dios es más grande que tu pecado. Vuelve. Aun estás a tiempo".
La carta lo quebró. Fue como un rayo en medio de la noche. Antonio se encerró a llorar durante días. Cayó de rodillas. Rezó. Ayunó. Y tomó la decisión más peligrosa de su vida.

EL REENCUENTRO
Era Jueves Santo. Mientras en todo el mundo cristiano se recordaba la Última Cena y la traición de Judas, Antonio Neyrot se vistió con el viejo hábito blanco de los dominicos, lo único que había escondido durante su cautiverio.
Salió a las calles de Túnez. Caminó hasta la residencia del emir. Se paró ante todos, en la plaza pública, y proclamó a viva voz que había regresado a Cristo, y que se arrepentía de haberlo negado: “¡Soy cristiano! ¡Soy fraile! ¡Reniego de mi apostasía! ¡Cristo es mi única verdad!”, gritó. La ciudad entera se escandalizó. El emir, furioso, lo mandó arrestar de inmediato.

MUERTE POR LAPIDACIÓN
Antonio fue encarcelado y sometido a juicio sumario. No negó nada. Confesó su fe con una paz sobrehumana. La sentencia fue brutal: muerte por lapidación.
Lo sacaron a las afueras de la ciudad. Se dice que antes de morir, rezó el Padrenuestro en voz alta, bendijo a sus verdugos y perdonó a quienes lo habían capturado.
Las piedras llovieron sobre su cuerpo. Murió sangrando, con el rosario entre los dedos y el nombre de Cristo en los labios. Había renegado de la cruz. Pero murió abrazándola.

DE APOSTATA A MÁRTIR
La Iglesia reconoció la fuerza del arrepentimiento y la grandeza de su testimonio final. Porque el martirio borra el pecado, y su sangre proclamó lo que su voz había callado durante un tiempo.
En 1767, Clemente XIII lo declaró beato mártir, reconociendo que murió por amor a Cristo, tras haber sido vencido momentáneamente por el miedo.
Hoy su tumba en la iglesia Santa María della Stella (Rivoli) es lugar de peregrinación. Y su nombre figura entre los mártires que regresaron.

UN SANTO PARA LOS QUE CAEN
La historia del beato Antonio Neyrot es una bofetada para los católicos tibios. Nos recuerda que la traición más oscura puede redimirse con una entrega verdadera. Que Dios no desecha a nadie.
Antonio cayó. Renunció a su fe. Pero se levantó. Se revistió de Cristo. Y eligió morir antes que volver a negar.
Su vida desafía a quienes dicen: “Ya estoy perdido”. Porque nadie está perdido si se vuelve a Dios con todo el corazón.

UNA HISTORIA PARA NUNCA OLVIDAR
¿Renunció a Cristo? Sí.¿Fue cobarde? Tal vez. ¿Murió como un héroe de la fe? Sin ninguna duda. Antonio Neyrot nos enseña que el infierno no está reservado para los que caen, sino para los que no quieren levantarse.
Comments