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El Concilio que proyectó el futuro

A 60 años de la apertura del Concilio Vaticano II del que participaron 2.500 cardenales, patriarcas y obispos de todo el mundo, Francisco celebró una misa en la pidió redescubrir "el Concilio para volver a dar la primacía a Dios”.
 

Juan XXIII inicia el 11 de octubre de 1962 el Concilio Vaticano II que se extendió hasta 1965.


Pasaron 60 años desde la apertura del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que cambió el rostro de la Iglesia, en el que el por entonces papa Juan XXIII reunió a cardenales, obispos, patriarcas, a fin de afrontar a la luz del Evangelio las nuevas cuestiones que planteaba la historia.



COMIENZO

Al anunciar el XXI Concilio de la Iglesia de Roma, el 25 de enero de 1959, Juan XXIII indicó la realización de un Sínodo Diocesano para la Urbe, y de un Concilio Ecuménico para la Iglesia universal.


Tres años más tarde, el 2 de febrero de 1962, en la festividad de la Presentación de Jesús en el Templo, informó que la fecha de inicio era el 11 de octubre de ese año.

 
 

APERTURA

"Las gravísimas situaciones y problemas que la humanidad debe afrontar no cambian; de hecho Cristo ocupa siempre el lugar central en la historia y en la vida”, manifestó Juan XXXIII en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II en la basílica que se transformó en el aula conciliar, al tiempo que indicó que mediante las oportunas actualizaciones, “el concilio da un salto adelante en el compromiso apostólico de presentar el mensaje del Evangelio a todos los hombres”.


Basílica convertida en el aula conciliar.



“DISCURSO DE LA LUNA”

La plaza San Pedro estuvo abarrotada de fieles, y a ellos se dirigió el Pontífice en lo que se conoció como "el discurso de la Luna".


Una multitud colmó la plaza San Pedro el día de la apertura del Concilio Vaticano II.


La multitud entre las luces de más de cien mil antorchas fue una escena que conmovió a Juan XXXIII que decidió asomarse a la ventana. Les dijo a sus colaboradores más cercanos que sólo impartiría una bendición, pero entonces, en ese momento excepcional de la vida de la Iglesia pronunció un discurso improvisado que toca el corazón de todos.


"Queridos hijos, oigo sus voces. La mía no es más que una voz, pero resume la voz de todo el mundo; el mundo entero está representado aquí. Se diría que hasta la luna se ha precipitado esta noche – ¡obsérvenla en lo alto! – para ver este espectáculo".


"Esta mañana —continúa explicando el Papa Roncalli— ha sido un espectáculo que ni siquiera la Basílica de San Pedro, que tiene cuatro siglos de historia, jamás ha podido contemplar". Entonces, se hicieron eco esas otras palabras que quedaron impresas para siempre: “Al volver a casa, encontrarán a los niños; den una caricia a sus hijos y díganles: ésta es la caricia del Papa. Encontrarán algunas lágrimas para enjugar. Hagan algo, digan una buena palabra. El Papa está con nosotros especialmente en las horas de la tristeza y de la amargura”.




LOS DOCUMENTOS CONCILIARES

Los trabajos del Concilio Ecuménico Vaticano II se articularon en cuatro sesiones. De este fundamental capítulo de la historia de la Iglesia surgieron cuatro Constituciones, nueve decretos y tres declaraciones.


La Constitución dogmática sobre la Iglesia es el documento más solemne de todo el Concilio. Se abre con las palabras "Lumen gentium" (luz de los pueblos): "siendo la Iglesia, en Cristo, en cierto modo el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, continuando el tema de los Concilios anteriores, pretende ilustrar con mayor claridad a sus fieles y al mundo entero su propia naturaleza y su misión universal".



La Constitución dogmática sobre la Revelación, que comienza con las palabras "Dei Verbum", toca los fundamentos mismos de la fe de la Iglesia: la palabra de Dios, su revelación y su transmisión. La Constitución "Sacrosantum Concilium" expone los principios generales para la reforma y la promoción de la liturgia. La Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual – Gaudium et spes – consta de una primera parte sobre la vocación del hombre, y una segunda sobre algunas cuestiones más urgentes.

 
 

REDESCUBRIR EL CONCILIO

“Redescubramos el Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora”, dijo Francisco en su homilía en la Santa Misa que presidió la tarde de este martes 11 de octubre, en la memoria litúrgica de san Juan XXIII y en el 60 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.


Francisco reza ante la tumba de Juan XXIII.


El vicario de Cristo indicó que el Concilio también enseñó a tener la mirada en lo terrenal, estar al lado del pueblo “sin sentirnos jamás por encima de los demás, como servidores del Reino de Dios (cf. Lumen gentium, 5); llevar la buena noticia del Evangelio a la vida y en las lenguas de los hombres (cf. Sacrosanctum Concilium, 36), compartiendo sus alegrías y sus esperanzas (cf. Gaudium et spes, 1)”.


“Qué actual es el Concilio, nos ayuda a rechazar la tentación de encerrarnos en los recintos de nuestras comodidades y convicciones, para imitar el estilo de Dios”, subrayó.

 
 

El Santo Padre concluyó su homilía con esta oración: “Te damos gracias, Señor, por el don del Concilio. Tú que nos amas, líbranos de la presunción de la autosuficiencia y del espíritu de la crítica mundana. Tú, que nos apacientas con ternura, condúcenos fuera de los recintos de la autorreferencialidad. Tú, que nos quieres una grey unida, líbranos del engaño diabólico de las polarizaciones. Y nosotros, tu Iglesia, con Pedro y como Pedro te decimos: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amamos’ (cf. Jn 21,17)”.

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