"Debemos ser dóciles como María para aceptar el plan de Dios" , asegura el padre Rafael de Tomás Ferrer en su reflexión del Evangelio en la fiesta de Santa María Reina (Lc. 1, 26-38).
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La Virgen se llamaba María.
"Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho."
Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo.
El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin.
María le dijo entonces al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?
El ángel le contestó: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios.
María contestó: Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho. Y el ángel se retiró de su presencia.
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