De la cocina al altar
- Canal Vida
- 4 abr
- 4 Min. de lectura
El esclavo negro analfabeto que se convirtió en superior de convento y en santo. Una historia que desarma prejuicios y enciende la fe.

El 4 de abril, la Iglesia celebra a uno de sus santos más singulares, poderosos y, al mismo tiempo, más olvidados por la historia oficial: san Benito Massarari, también conocido como el santo Negro o el Moro.
Su historia es tan impactante que parece sacada de una novela imposible: hijo de esclavos africanos, analfabeto, cocinero de convento... y sin embargo, terminó siendo maestro de novicios, superior de su comunidad y, finalmente, canonizado.

Un niño negro en la Sicilia del siglo XVI
Nació en 1526 en San Fratello, un pequeño pueblo en las colinas del norte de Sicilia. Sus padres eran esclavos africanos, liberados por sus amos antes del nacimiento de Benito.

Aunque libre por ley, nació bajo el estigma del racismo, siendo objeto de burlas y desprecio.
Desde chico trabajó en el campo como jornalero. Jamás fue a la escuela, y nunca aprendió a leer ni a escribir. Sin embargo, desde muy joven se destacó por su fe profunda, su oración constante y su caridad incansable.
El encuentro con Dios en la vida simple
Alrededor de los 21 años se unió a un grupo de ermitaños seguidores de san Francisco de Asís. Era una comunidad sin reglas escritas, compuesta por hombres que deseaban vivir en pobreza, oración y servicio. Benito se integró como uno más, cocinando, sirviendo, escuchando... y orando siempre. Allí se forjó el santo.
Años más tarde, esa comunidad fue integrada oficialmente a los frailes franciscanos. Benito fue enviado al convento de Santa María de Jesús en Palermo, donde su vida dio un giro inesperado: pasó de ser cocinero a ser superior del convento.

El cocinero que guiaba santos
¿Cómo es posible que un analfabeto fuera nombrado superior de un convento? Porque Benito era sabio en lo esencial. Su humildad, su obediencia, su caridad sin límites, y sobre todo su profundidad espiritual, lo convertían en una luz para todos.
Frailes con títulos universitarios venían a él por consejo. La gente lo buscaba para pedirle oración, sanación, palabras de aliento. A pesar de su fama creciente, nunca perdió la sencillez ni la sonrisa.

Milagros, visiones y penitencias
A San Benito se le atribuyen numerosos milagros en vida. Curaciones físicas, conversiones, liberaciones del mal. También tenía el carisma de leer los corazones: sabía sin preguntar qué preocupaba a la persona que tenía frente a él.
Su vida estaba llena de penitencia. Dormía sobre una tabla, ayunaba con pan y agua, y en muchas ocasiones se lo vio caminar descalzo por el convento y por la ciudad, incluso en inviernos crudos, como gesto de humildad y unión con los pobres.

Murió como vivió: en paz
Falleció el 4 de abril de 1589. Las crónicas cuentan que murió con el rostro sereno, rodeado por su comunidad que lo veneraba en vida como un santo.
A su muerte, fue enterrado en la iglesia de Santa María de Jesús, donde hoy aún se lo venera. Años después, su tumba fue abierta y se encontró su cuerpo incorrupto que lamentablemente fue devorado por un incendió en 2023 que destruyó gran parte del templo. Del cuerpo del venerable solo quedaron su fémur y parte de la columna vertebral.
Entre las obras devastadas por el fuego figuraba la preciosa Virgen con el Niño, de madera, de alrededor de 1470, que se encontraba en el altar de Santa María de Jesús, el más pintoresco del edificio. También quedó destruido el crucifijo del siglo XVII realizado por Fra Innocenzo da Petralia Sottana.

Canonización y devoción
Fue canonizado por el Papa Pío VII en 1807. Su figura se expandió rápidamente por América Latina, donde muchos afrodescendientes lo adoptaron como símbolo de dignidad, resistencia y santidad popular.
Es patrono de:
Los afrodescendientes
Los cocineros
Los siervos
Las personas discriminadas
Se lo venera especialmente en Italia, Brasil, Estados Unidos, Venezuela, República Dominicana y muchas comunidades afroamericanas del mundo.

El poder de una oración sencilla
Benito no escribió tratados ni libros. Su "teología" fue su vida. Su oración preferida era el silencio y la contemplación. A quienes lo visitaban les enseñaba a repetir con el corazón esta frase: “Jesús, sé mi alimento y mi paz. Quiero vivir sólo para Ti.”
El legado que desafía prejuicios
En un mundo obsesionado con la apariencia, los títulos y el poder, san Benito el Moro nos recuerda que lo esencial no se aprende en libros, sino en la escuela del corazón. Su vida fue una revolución silenciosa. Un esclavo sin voz que se convirtió en portavoz de Dios.
Hoy, a 436 años de su muerte, su figura sigue siendo luz para los que sufren exclusión, racismo o pobreza.
Fue el santo de los descartados. Y los puso a todos en el centro.
Comments